La posesión de una finca ha de ser un patrimonio privado del que disfrutar. En cambio, las complicaciones derivadas de la gestión personal de la propiedad o la desconfianza generada por el administrador profesional delegado para ello, pueden convertir una fuente de riqueza y de disfrute en una monumental e innecesaria preocupación. Por desgracia, la opacidad reinante en el sector de la administración de fincas, incrementada durante el actual periodo de crisis, convierte a las comunidades propietarias de fincas en víctimas especialmente vulnerables de las malas prácticas de los administradores a cargo de las cuentas comunes, con casos flagrantes que se extienden incluso hasta los profesionales colegiados.